perior, representada en Dios, quien visto como amor universal, es
la única fuerza capaz de llevar a buen término la unificación de
seres personales, unificándoles sin despersonalizarlos.
Dada su formación cristiana, Teilhard hace una evaluación de
las distintas religiones, para ver cuál de todas apoya a la humanidad
en su proceso evolutivo. De esta forma, concluye en su ensayo “El re-
bote humano de la evolución” en 1947, que la religión “más verdade-
ra” es el Cristianismo, porque tiene: “una vitalidad intensa y una ex-
traordinaria capacidad de adaptación, que le permite, al contrario de
otras religiones, moverse con mucha más libertad en la zona de creci-
miento de la noosfera” (Theilard, citado por Neira, 2013, p. 148).
En este punto, Teilhard tiende un puente entre su revelación
cristiana y su evolución histórica, e identifica al Cristo de la Revela-
ción con el Omega de la Evolución. Es decir, le da un rostro o un per-
sonaje a ese Omega que constituye el Centro Trascendente de la Hu-
manidad, dada en la figura de Cristo. Ello le permite prolongar la
“Cosmogénesis” en una “Cristogénesis”. Se visualiza a Cristo como
ejemplo a seguir, ya que su vida y enseñanzas ilustran lo que es la
trascendencia humana y cómo alcanzarla. Así como nació Cristo en
el universo, así también debe nacer dentro de cada uno de nosotros.
Cristo en sí, no es un cuerpo, es una conciencia, o sea el Yo Superior
que todo lo puede, todo lo sabe, todo lo domina; que es infinito con-
suelo, infinito amor y ternura. Tal como lo describe Méndez (2007):
¿Qué es pues el Cristo? Es la expresión de las tres condicio-
nes: Conciencia, Inteligencia y Amor en sus más altos grados.
Amor en su grado más puro, es voluntad purísima, la de Dios
mismo. Es inteligencia, purísima, altísima, como Dios mis-
mo. Es la esencia de la Divinidad. Es todo lo que somos pero
en la escala más alta, más pura, noble, buena y perfecta. Es la
esencia de la Verdad. Es el patrón y diseño de la Voluntad de
Dios para nosotros (p 125).
La humanidad debe evolucionar en el sentido de parecerse
cada vez más a ese diseño divino (Cristo), para hacernos cada vez
mejores, más puros, más inteligentes, más vivos. De llegar a lo-
grarlo, todos en conjunto, sería como hacer de la tierra, un cielo.
Según Teilhard, la convergencia continuada de la noosfera
hacia su máximo de temperatura psíquica, permitirá llegar a un
“fin”, pero es un fin que señala más bien el principio de algo nue-
vo, así como el final de la etapa de un bebé es el principio de la ni-
ñez, el final del mundo señala el principio, el surgir de una exis-
tencia radicalmente nueva.
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____________________________________ Innovación y Gerencia. Vol. VIII. Nº 1, 2015