podía acoger a las mismas oportunidades que el resto y
sería marginado, excluido, apartado socialmente. Se niega
que el otro hable y se niega que su habla sea posible; o en
otro sentido, se da la autorización para que el otro hable
de lo mismo y, entonces se celebra la generosa autoriza-
ción, no la voz de ser igual que yo, igual a lo mismo. Por lo
tanto, se defiende aquí una igualdad homogeneizadora por
el bien de todos, pero, sobre todo por el bien de lo mismo,
de la cultura superior mayoritaria.
Según Sánchez (2011) en la actualidad este pensa-
miento todavía persiste muy sutilmente dentro de este
multiculturalismo ya que hay libertad de puertas adentro,
un discurso de la tolerancia, un permiso del yo desde una
posición privilegiada hacia el otro. Un permiso para ser
otro, pero para ser otro fuera del trabajo, de la universi-
dad, de la escuela. Tal vez, un periodo al año, tal y como
hacen muchas escuelas, se instaura una semana cultural
indígena o afrodescendiente, donde el otro pueda expre-
sarse como miembro de una cultura. Sin embargo, no será
sino un viaje turístico por parajes exóticos de la cultura no
habrá un conocimiento profundo y autentico de culturas
distintas sino una banalización de las mismas. Podemos
avizorar en la actualidad vestigios de esta tradición asimi-
lacionista en la educación Intercultural.
Este tipo de pensamiento crea, para Roviera de Villar
(2014) y Sánchez (2011), actitudes de prejuicios por desco-
nocimiento hacia las diversas culturas que conviven en un
mismo lugar, sean de la condición que sean, y el miedo que
se siente hacia ellas, precisamente por ajenas, hace que
sea bastante difícil erradicar actitudes de rechazo a las
culturas diversas, a la homofobia, al racismo, entre otras.
En este sentido se debe reflexionar de una mane-
ra diversa sobre el discurso de la educación intercultural,
desde la óptica de una verdadera y efectiva interacción
entre culturas, que suscite el conocimiento y el reconoci-
miento mutuo a través del diálogo intercultural, como un
elemento enriquecedor que hay que fomentar en todos los
ámbitos, sobre todo en el educativo.
Educación, interculturalidad y dialogo
intercultural
Hablar de interculturalidad, en educación, es plantear
que esta debe ser considerada como una práctica de con-
vivencia que involucra interacción, intercambio, reciproci-
dad, solidaridad entre culturas, así como el reconocimien-
to y aceptación de los valores y de los modos de vida de
los otros (Palmar, 2009). Pero la interculturalidad no es una
descripción de una realidad dada o lograda, ni un atributo
casi natural de las sociedades y las culturas, sino que es
un proceso y una actividad continua, que debe ser pen-
sada menos como sustantivo y más como verbo de acción
(Paillacoi, 2017).
La interculturalidad tiene el rol crítico, central y pros-
pectivo no solo en la educación, sino en todas las institu-
ciones de la sociedad de construir sociedades, sistemas
y procesos educativos, sociales, políticos y jurídicos, y de
accionar relaciones, actitudes, valores, prácticas, saberes y
conocimientos, fundamentada en el respeto, la igualdad,
el reconocimiento de las diferencias y la convivencia de-
mocrática.
La interculturalidad incluye según Hausstein (2000)
una comprensión del otro, la posición y la perspectiva
propia, en la que cada relación lleva a un conocimiento
a través del distanciamiento y la autocrítica, donde esta
autocrítica implica un cambio de personalidad y en la cual
esta modificación de la personalidad conduce a una nueva
relación entre las culturas. En consecuencia, para el autor,
la interculturalidad es también característica de una pos-
tura que tiene como objetivo la posibilidad de consenso
entre diferentes posiciones, el pluralismo cultural y la su-
peración del etnocentrismo.
La interculturalidad puede ser vista, también, como
una cualidad humana. Fornet (2000: 13) la plantea como
una “cualidad que puede tener cualquier persona y cual-
quier cultura a través de una praxis de vida concreta en
la que se cultiva precisamente la relación con el otro de
una manera envolvente, es decir, no limitada a la posible
comunicación racional a través de conceptos sino ajustada
más bien en el dejarse afectar, tocar, impresionar por el
otro en el trato diario de nuestra vida cotidiana”. Por consi-
guiente, implica un modo de vida, que se aprende en con-
tacto con otros. Para Palmar (2009) se trata de una cualidad
aprendida por cualquier individuo o cultura, a partir de la
praxis concreta de vida en la cual se cultiva la relación con
el otro, en forma circundante y no limitada a la posible
comunicación racional.
Reconocer la alteridad del otro es reconocer la propia
condición de alteridad. García (2017) afirma que la alteridad
es un espacio que se comparte y en esa medida constituye
un espacio común en donde se genera el entendimiento
mediante la fusión de horizontes. Desde el reconocimiento
de la diferencia, da cuenta de una perspectiva ética-prác-
tica que, gracias al diálogo, permite llegar a acuerdos con-
cretos sobre normas de acción. Para el autor, la alteridad
permite construir lo común, estar con otra persona, faculta
el reconocer sus posiciones, y al mismo tiempo ratifica el
identificar las posiciones propias. Al comprender al otro,
en sus diferencias, es posible vislumbrarse a sí mismo des-
de el punto de vista del otro.
El camino posible para alcanzar esta interculturalidad
es el dialogo intercultural, cuyo propósito, es el ennobleci-
miento del ser humano y el instrumento para la consecu-
ción de la diversidad en el mundo histórico actual (Manza-
Innovación y Gerencia Vol IX. Nº1. 2023
Recibido: 16-08-23. Aceptado: 29-09-23 87